Ruth-Claire Loyd, mi ex esposa, vio por
primera vez al intruso desde el estudio del desván de su casa, del tamaño de un granero, cerca de Beulah Fork, Georgia. Estaba haciendo una de las doce pinturas para una serie de platos de
porcelana que se venderían por orden de suscrip-ción y que representarían su singular interpretación de las nueve órdenes angélicas y de la Santísima Trinidad —esta
pintura en particular se titulaba Tronos—, pero se apartó del caba-llete para mirar al intruso a través de la puerta acristalada.
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