Los únicos responsables de un acto tan atroz, vil y cínico somos nosotros. Figuramos en el mundo hace 70 mil años, y comenzamos una lenta destrucción de todo a nuestro alrededor. Aunque tomamos conciencia de nuestros actos, la avaricia, el poder y el dinero nublaron nuestra mente y desaparecieron cualquier indicio de equilibrio con la naturaleza; aquella que nos vio nacer, encumbró y brindó todo para nuestra evolución, quien nos regaló el Paraíso en la Tierra. Éramos libres, fuertes, teníamos todo al alcance de la mano y decidimos destruirlo.
Talamos los bosques que nos brindaban aire fresco y puro, arrasando con el hábitat de cientos de miles de especies. Cazamos a todo ser vivo que pudiera servirnos como alimento, establecimos tortura y barbarie disfrazada de cultura, y adoramos la colección de partes del cuerpo animal. La estupidez no quedó ahí, pues como si fuera un instinto, saqueamos a nuestros pueblos vecinos, nos asesinamos bajo el nombre de diferentes banderas y establecimos sociedades basadas en modelos de explotación.
Era inevitable, podrías pensar, nuestro desarrollo como especie dependía de la dominación sobre el resto de especies y de una explotación desmedida de los recursos. ¿Existía algún otro camino? ¿Uno que no supusiera un círculo vicioso que concluyera en nuestra auto-destrucción? Ya es demasiado tarde para pensar en el pasado, sólo nos resta detener nuestra destrucción, remediar el daño y prepararnos para lo que depare el futuro. Si es que queremos sobrevivir.
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¿Hasta dónde llegaremos como especie si seguimos haciendo lo que tanto nos ha caracterizado?
Cazamos, pescamos y matamos más rápido de lo que la propia naturaleza puede regenerarse. ¿Hasta cuándo podremos mantener este sistema de explotación natural?
Nuestra propia perversión nos ha llevado a que la prostitución y la trata de blancas sean problemas ‘usuales’ de las sociedades.
Preferimos tener un gran tapete con piel de tigre a disfrutar de la vida salvaje en las reservas. Qué importa que las siguientes generaciones sólo los conozcan por fotografías.
Se pagan miles de dólares por tener la absurda muerte de un animal confeccionada en un abrigo. Y muchos aspiramos a este tipo de vida.
La caza es considerado por muchos un deporte, mientras cientos de especies luchan por sobrevivir a nuestra barbarie. Dice mucho de nosotros si nos mostramos orgullosos de nuestras atrocidades.
Fuimos verdugos o cómplices de la reclusión y asesinato masivo de nuestra especie durante años a causa del fanatismo ideológico.
Barcos cargados de aletas de tiburón rondan los mares, acercándose a los puertos que pagarán cientos de dólares por el codiciado producto. En el mar, ya sólo nadan los restos de los tiburones.
Año tras años los glaciares se cubren de rojo por la matanza sistemática de focas.
Ingerimos los alimentos sin reparar en cómo se producen.
Somos capaces de ignorarnos cuando nos topamos en la calle.
Nos resulta fácil mantener sistemas económicos basados en la esclavitud moderna o la explotación de cientos de miles de trabajadores.
Parece que es mucho más fácil ponerle un arma a un niño que sentarlo en la escuela.
Gozamos de los espectáculos de violencia en cualquiera de sus formatos.
Nuestra explotación desmedida de los recursos ha causado que cientos de especies se queden sin hogar.
Coleccionamos mascotas, y acostumbrados a nuestra sociedad de consumo, las desechamos como objetos.
Destruimos cual máquinas ansiosas por el caos.
Llamamos deporte y cultura a un espectáculo de violencia y muerte.
Redefinimos el horizonte para llenarlo de máquinas y concreto.
Matamos por deporte, por cultura y por tradición.
Somos hipócritas al hablar de cuidado al medio ambiente mientras deforestamos bosques completos.
Nos hemos graduado en lo absurdo y lo estúpido. (Llaveros de tortugas vivas).
Aprendimos a matar por dinero y por el placer efímero que éste trae consigo.
Nos reproducimos cual virus en un ser vivo, arrasando con todo a su paso.
Permitimos el hambre mientras cientos de toneladas de comida se desperdician al día.
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